martes, 26 de noviembre de 2013

Prensa peruana destaca testimonio de vida de Oficial Comando del Ejército

En 2010, él y su patrulla fueron emboscados por un grupo terrorista en el VRAEM. Perdió la pierna izquierda, pero jamás la moral. Después de un intenso tratamiento y con una prótesis de última tecnología, cumplió uno de sus más grandes sueños: saltar de un avión a más de 14 mil metros de altura.

 
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Conoce el valiente testimonio de vida del capitán del Ejército Carlos Felipa
 
 

 
Historia de un comando.
 
 
Dice un cántico militar que “para ser comando debes de tener alma, corazón de acero y un espíritu guerrero”. Y eso es lo que el capitán del Ejército Carlos Felipa ha demostrado a lo largo de su vida. En 2010, él y su patrulla fueron emboscados por un grupo terrorista en el VRAEM. Perdió la pierna izquierda, pero jamás la moral. Después de un intenso tratamiento y con una prótesis de última tecnología, cumplió uno de sus más grandes sueños: saltar de un avión a más de 14 mil metros de altura. Y aunque ya no forme parte del Ejército, continúa con su entrenamiento, por si en algún momento la institución lo requiera. Dice que si ya perdió una pierna, también puede dar un brazo, ¡todo por la patria! Esta increíble confesión se resume en dos palabras: vocación militar.
-¿Siempre quisiste ser militar?
Sí. Mi papá es policía y siempre me explicó los riesgos. Pero en el 97, ver la operación Chavín de Huántar marcó mi vida, me motivó a ser militar. Pero no un oficial más, yo quería ser un comando de las fuerzas especiales.
-¿Qué recuerdos tienes de la Escuela Militar de Chorrillos?
Ingresé en el 2001, soy de la promoción 111. Disfruté cada marcha de campaña, cada fin de semana castigado, cada vuelta de castigo, cada broma pesada de los cadetes de año superior. Esas experiencias hicieron que crezca más mi vocación.
-¿Qué frase aprendida en la escuela es la que siempre te acompaña?
“Lo que no te mata te hace más fuerte”, la escuché en mi primer año. Mi técnico, el comando Solano Arce José Antonio y mi teniente Cieza Semillán Claudio la repetían siempre. No se equivocaron.
-Al terminar la escuela, ¿a dónde te destacaron?
Me gradué en 2005. Luego me mandaron a trabajar a Zarumilla, a un regimiento de caballería blindada. Viví muchas experiencias, conocí la vida de oficial. Pero en octubre regresé a Lima para dar mi examen al curso regular de comandos.
-Lo que tanto querías…
Un año antes de terminar la escuela, el jefe de batallón nos dijo ,a todos los que queríamos ser comandos, que vayamos preparándonos. Pero yo me venía preparando desde siempre.
-¿Qué tan difícil es convertirse en un comando?
El curso me lo imaginé más tranquilo, pero definitivamente es muy fuerte y exigente, física y mentalmente. El ser comando realmente es un privilegio. Me gradué del curso y a la noche siguiente fui a tatuarme un Pachacútec en mi brazo.
-¿Desde ese momento, qué trabajos realizaste?
Me quedé en Lima, en el “Batallón de Comandos 19”. Allí empezó mi verdadera vida como comando. Te envían donde haya situaciones de conflicto. Me siento muy orgulloso de haber trabajado allí porque es una unidad muy reconocida en el Perú y el mundo.
-¿Qué pasó cuando te dijeron “te vas al VRAEM”?
No sentí miedo, pero sí emoción. Me sentí muy maduro, porque tenía que aplicar todo lo aprendido. En el entrenamiento sabes que no pasará nada por más que te simulen lo peor. Pero en operaciones, es otra cosa... Tuvimos hostigamiento permanente por parte de los terroristas.
-¿Qué tipo de hostigamientos?
En 2009, hicimos el reconocimiento de un campamento terrorista. Habíamos estado varios días en la zona. Luego llegó un helicóptero con otra patrulla para sacarnos de allí. Cuando subimos, los terroristas nos dispararon y lanzaron granadas. Se quedó una patrulla con heridos y nosotros tuvimos que salir, si no, moríamos todos. Cuando el helicóptero regresó a rescatarlos, le dispararon al piloto y lo mataron.
-¿Qué siente un militar al saber que la muerte está tan cerca?
Se siente frío. El simple hecho de escuchar pasar una bala por tu oreja;, sabes que la muerte está ahí. En operaciones, muchas veces no dormimos. Pero para todo eso nos entrenan desde la escuela.
-¿Cuántas noches han estado sin dormir?
Muchas. A veces organizábamos pequeños grupos para descansar en turnos de una hora. Mientras tres dormían, 12 brindaban seguridad. Aun así no estás tranquilo, es tu responsabilidad. Tienes que darle bienestar a tu patrulla, pero puede ser peligroso.
23 DE NOVIEMBRE DE 2010, LA EMBOSCADA
Enviaron dos patrullas a una zona de campamentos terroristas. La mía y la de Víctor Molina, mi pareja del curso de comandos. Estábamos alejados, él en una quebrada y yo en la parte alta. Habían pasado 12 días, se acababan las municiones, la comida, los víveres.… Nos dieron la orden de bajar a encontrarnos con la patrulla de Molina. Yo era el quinto hombre de la columna. Mi hombre en punta, el explosivista, avanzaba lento. Lo vi nervioso y decidí acompañarlo.
“Vamos juntos para que estés tranquilo”, le dije. Cuando él avanzaba, yo lo cubría, y viceversa. Estábamos entrando a una zona peligrosa, una zona de muerte. Recuerdo que había una curva en plena selva...
“Estén atentos”, les dije. Era el turno de que el explosivista avance. Estaba parado dándole seguridad, mirando a todos lados. Luego sentí una explosión del lado izquierdo. Volé por los aires. Recuerdo el calor, el olor a pólvora, a carne quemada. Caí muy fuerte al suelo. Lo primero que hice fue coger mi fusil y traté de ponerme de pie, pero me caí. No sabía que había perdido la pierna. Cuando intenté levantarla, ya no estaba ahí.
Gracias a Dios, el explosivista no estaba herido. Se me acercó, le di mi fusil para repeler los ataques, pero no funcionaba. Los mecanismos se doblaron por efecto del calor. Lo que hice fue coger mi pistola. Comenzamos a disparar y a lanzar granadas al lugar de donde venían los ataques.
Empecé a sentirme fatigado, había perdido mucha sangre. Sentí un poco de dolor. No muy fuerte. Llamamos al enfermero. Él estaba atendiendo a otros tres heridos y a un suboficial que había perdido las dos piernas. Yo aún tenía la radio y pude escuchar a mi compañero Molina hablarme.
-“Pareja, pareja, ¿qué pasó? Escuché una explosión. ¿Qué sucede?
-Comando, hermano, me han herido.
-Ya, esperen tranquilos.Allá vamos.
Luego escuché una explosión y gritos a lo lejos. Después me enteré de que habían pisado una mina. Fue allí donde murieron mi ‘promo’ Molina y un suboficial.
Teníamos que llegar a una zona alta para que un helicóptero nos saque, si no sería presa fácil de los delincuentes. Hicimos camillas improvisadas y comenzamos a avanzar. Había pendientes muy inclinadas y yo, en la camilla, me agarraba de las ramas para ayudarlos a subir. Mis compañeros dicen que, aún herido, yo continuaba dando órdenes y levantando la moral. Me cuidaron mucho, como a un hijo. En el camino también bromeábamos, nos reíamos, esas cosas me elevaban la moral a mí. Les pregunté qué había pasado con mi pareja, porque nunca lo vi llegar. No me quisieron decir nada. Me enteré arriba, cuando vi las bolsas con los dos cuerpos.
“Mi familia pensó que había muerto”
El capitán Felipa fue evacuado a Pichari, donde los doctores de la unidad clínica móvil hicieron todos los intentos por salvarle la otra pierna. Mientras tanto, en Lima, los noticieros ya habían anunciado su muerte.
-¿Qué fue lo primero que hiciste cuando te evacuaron?
Le pedí el teléfono a un amigo y llamé a mi casa. Mi familia pensó que había muerto y que tendrían que recoger mi cuerpo en el hospital. Le dije a mi papá que yo estaba vivo, que se lo diga a mi mamá, a mi novia, a todos. Y le mentí, dije que solo tenía heridas por las esquirlas.
-¿Cómo reaccionaron cuando llegaste a Lima?
Cuando llegué vieron que solo tenía una pierna. Mi familia fue la que más sufrió. Para mí fue como… sí, perdí una pierna, dejé de hacer algunas cosas,. pero ahora realizo actividades que gente con dos piernas y dos brazos no hacen.
-¿Cuánto tiempo estuviste internado?
Estuve un mes y medio en cuidados intensivos. Hicieron de todo para salvar mi otra pierna, y lo consiguieron. Pero me quedé hasta marzo internado en el hospital.
Porque quiero, porque debo y porque puedo
Después de cinco meses, Carlos salió del hospital e inició los planes de su próxima gran misión. Buscó en internet piernas ortopédicas biónicas y encontró lo que quería, la Genium Bionic Prosthetic System.
Mandó a imprimir las fotos de ese objeto que le permitiría volver a caminar y las pegó en todos lados. A los dos meses volvió al hospital y puso la imagen en la cabecera de su cama. “Esa va a ser mi pierna”, repetía todos los días.
Luego de una gran investigación, decidió que su siguiente destino tendría que ser el National Rehabilitation Hospital, en Estados Unidos, donde iniciaría el largo tratamiento. La gente a su alrededor creyó que ya estaba loco, y que el Estado peruano jamás lo apoyaría. Pero no hizo caso y continuó con este sueño. Presentó varias solicitudes al gobierno anterior, pero estas fueron rechazadas.
A los pocos meses asumió el mando el presidente Ollanta Humala, un militar, quien no dudó en apoyarlo para lograr este objetivo.
“Pedí lo que me correspondía, como oficial del Ejército, de las Fuerzas Especiales, como deportista. Exigí que me ayuden a recuperar mi autonomía”, contó Felipa.
En octubre de 2011, viajó a Estados Unidos, donde le pusieron la pierna ortopédica, con la que tuvo que volver a aprender a caminar.
“Un año y medio sin caminar; uno se olvida. Quería dar un paso y no podía. Mi mente tenía que recordar lo que era dar un paso”, explicó el militar, quien superó ese reto.
Salió de Perú en silla de ruedas y regresó de pie. Este momento fue muy emocionante para su familia.
Pero aquel día, el militar fue doblemente feliz, pues al fin pudo conocer a su pequeño hijo de tres meses, quien nació en su ausencia.
CAÍDA LIBRE, MISIÓN CUMPLIDA
En su último año como cadete de la Escuela Militar de Chorrillos, el capitán Felipa realizó un curso básico de paracaidismo militar. A partir de ese momento quedó prendado de aquella sensación extrema que produce saltar de un avión. El hecho de haber perdido una pierna no fue impedimento para realizar un curso de caída libre y saltar a más de 14 mil pies de altura.
-¿Por qué decidiste realizar esta hazaña?
Ningún peruano lo había logrado y dije: “Entonces yo seré el primero”. Las limitaciones las pone la mente. Si creemos que tenemos una incapacidad, la vamos a tener. Con lo que hago, solo quiero que la gente me vea y siga mi ejemplo. Puedo acercarme, hablarles y decirles: “Déjate de huevadas, pues”.
-Pero ya no estás obligado a realizar estos entrenamientos…
La gente me pregunta por qué hago estas cosas si ya pasé al retiro. Pero es mi vocación, es lo que me gusta. Sé que ningún país está libre de una guerra. Y si nos ocurriera, yo iría.
-¿Qué otras metas quieres alcanzar?
Vi que en Colombia subieron a la montaña más alta. ¿Por qué nosotros no podemos hacerlo? Tengo eso en mente. Pero para eso se necesitan auspiciadores, empresas que apoyen con los equipos necesarios.
En los cuarteles de invierno
En Estados Unidos, cuando los militares atraviesan situaciones similares a las de Carlos Felipa, el gobierno les da dos opciones: pasar al retiro o continuar en actividad, pero con mayores beneficios económicos. En el Perú es diferente: los militares no tienen más opción que despedirse de la institución.
“Me da mucha pena haber pasado al retiro. Como les dije a muchos generales, si me voy no es porque yo quiera. Me fui porque el sistema así lo especifica en el reglamento”, explica el capitán, quien ha demostrado estar en mejores condiciones físicas que muchos otros militares en actividad.
Casos como el del capitán Felipa deberían ser tomados no solo como ejemplo de superación, sino también como un motivo para evaluar la continuidad de ciertas normas. El Estado invierte una fuerte cantidad de dinero en la formación de cada uno de los militares y policías, desde el primer día que ingresan al cuartel o a las escuelas. Y toda esta inversión no debería verse perdida cuando el personal sufre alguna discapacidad física, pues con esta historia queda demostrado que una pierna menos no te convierte en “inválido”.
-¿Cómo tratan a los militares en otros países?
Cuando los estadounidenses ven a un soldado, ven a su país. Allá, cuando caminaba por las calles, con esta pierna que solo la usan militares, la gente se me acercaba y me daba las gracias por servir a su patria. Pensaban que yo había perdido la pierna en Irak.
-¿Y qué pasa en Perú?
Aquí solo me miran raro. Sería bonito que los peruanos se emocionen al ver a un combatiente, porque nosotros damos la vida por el país. Gracias a los que estamos en el VRAEM es que los terroristas siguen ahí y no están acá. Como no hay atentados ni coches bomba, la gente ya se olvidó, y ven a un militar como cualquier cosa.
-¿Cómo afrontas esa indiferencia?
A pesar de estar sin una pierna, sigo entrenando para dar más de mí. Si hay una guerra, tendré que ir. Y si ya di esta pierna, pues daré un brazo más. Siempre voy a ser un soldado.
Emergencia de amor
El amor de Carlos Felipa y Natalia Uribe no pudo esperar más. Después de una larga relación, decidieron casarse en el Hospital Militar Central, cuando él aún se encontraba internado. Dejaron atrás los planes de una gran boda y decidieron iniciar un gran matrimonio.
“Me demostró un amor sincero. Se ve en las películas que al novio le pasa algo y la mujer lo deja porque se vuelve una carga. Cualquiera podría pensar que soy una carga, pero ella no”, cuenta el enamorado esposo, quien un día antes de la boda tuvo que ser operado de emergencia. Pero todos los dolores desaparecieron por la emoción de decir “sí, acepto”.
EL DATO
El capitán Carlos Felipa se convirtió en el primer peruano discapacitado en saltar de un avión, el primer militar herido en combate en realizar caída libre y el primer sudamericano en saltar de un avión con una pierna de última tecnología







 

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