SEÑOR SOLDADO
Nos
cuesta ser agradecidos. Los soldados van a las zonas críticas, trabajan
en jornadas interminables, duermen unas cuantas horas antes de volver a
la acción. Nunca se quejan, con las botas hundidas en el barro van
cargando niños, máquinas, donaciones, esperanza.
Tienen fuerza
para arengarse cuando el cansancio los golpea, la gente les demanda lo
que no depende de ellos, nadie les reconoce el esfuerzo. Extrañan a sus
familias y me piden que les envíe saludos, que grabe un mensaje para sus
hijos y se les quiebra la voz por ellos, por esos hijos que no pueden
ver porque les toca cuidar a los nuestros.
Escuchan comentarios
racistas y clasistas sobre su condición, son mirados hacia abajo.
Algunos no entienden nada, no se dan cuenta que esos muchachos
escogieron defender a todos los demás en una vocación extraña para estos
tiempos. Otros no se percatan de la temeraria, anónima y silenciosa
labor que realizan.
Es tiempo de hacer algo por ellos. Mostrar
respeto. Saludar con una sonrisa, acercarnos y decirles te agradezco por
todo lo que haces por el país, por mí, por los que sufren y por los que
quiero. Exigir –con esa indignación que nos sobra para nuestras broncas
virtuales– que tengan un mejor trato de ese Estado que los olvida
rápido, que castiga su sacrificio, que los deja morir.
Realmente
me ha conmovido ver el despliegue del soldado peruano. Sí, a ese que le
dices cachaco con un gesto burlón que marca una inexistente
superioridad. Es hora de darle el lugar que se merece a ese héroe que se
rifa la vida por la nuestra. Gracias, señor soldado
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