Diarios de guarnición
Los hombres de arena
Por Carlos E, Freyre
Me he puesto a observar a un especialista antitanque y me doy cuenta que es consciente de su particular realidad. Se trata de un tipo de hombre que se prepara toda una vida bajo un caudal de arena para un acto que durará lo que un pestañeo: enfrentarse a un tanque. Dentro de la lógica, en el que siempre será el David frente a Goliat, su margen de error es igual a cero.
Por eso, su vida en esa instancia –la de un conflicto– estará depositada en lo que pueda hacer su índice colocado en un disparador. Si el índice le falla y no destruye su objetivo, Goliat girará su poderosa torreta y acabará con él sin más trámite. Ni siquiera será historia, sino una barra de estadística.
En el conflicto mayoritariamente selvático del VRAEM, el cual conozco al dedillo, la práctica de la guerra de guerrillas, ocasiona una serie de movimientos que le permiten a los beligerantes de ambos bandos tener la posibilidad de errar. A quien le falle la puntería, todavía le queda la cubierta de un árbol, o el escape por un sendero o un recoveco. Para el antitanque, no hay ese hándicap. Si falla, no habrá vuelta a casa.
En la guerra, los sacrificios humanos se convierten en números más, números menos y por eso, el hombre antitanque tiene que domar la arena, el sol y el pánico y tener el gobierno de su propio índice, a la espera de su ahora o nunca. He visto varios de estos hombres, andando por el desierto, confundiéndose con las áridas arenas como si fueran parte de estas.
Un tanque para la paz. – La existencia de los blindados casi siempre nos propone a la vista una imagen ofensiva. Una vez oí a una comunicadora argumentar que los tanques son inútiles y que más bien, necesitamos patrulleros. Hablando en simple, la verdad es que, el material de defensa es como ese perro guardián entrenado que tienes en tu casa. Teniéndolo, sabes que hipotéticamente te servirá cuando sea necesario y si no lo tienes, tienes que vivir a lo que te dicte la suerte. Y la historia una y mil veces nos ha demostrado que nada es peor que vivir en el albur; en la línea divisoria entre el azar y la angustia.
Pero al margen de defensores y detractores, he tenido la oportunidad de observar en estos días, junto a un nutrido grupo de oficiales, la puesta en operación después de varios años de un vehículo lanzapuente blindado; el MTU 20, una excepcional máquina que, con sus veinte metros de longitud, permite superar quebradas, ríos o cursos de agua, o aquellos lugares donde la intempestiva carencia de un puente detenga el tráfico y, por ende, el flujo económico para el país.
Montado sobre un chasis de tanque T-55, el lanzador se detiene frente al obstáculo y comienza a desplegar un puente de aluminio que puede soportar más de 36 toneladas de peso. Demora diez minutos en ponerse a punto. Una vez que ha culminado su trabajo, se repliega, sin intervención humana alguna. La persistencia de los oficiales y técnicos en empeñarse en resucitar esta máquina con casi medio siglo de antigüedad, tuvo su premio.
Nosotros, los peruanos, vivimos en una tierra pródiga en recursos, pero también en terremotos y huaycos y tengo la impresión que este tipo de elementos militares podrían además de servir para los fines de la defensa, hacer frente a los desastres que inevitablemente nos aquejan. Lo viene haciendo la Armada, a través de la construcción de buques multipropósitos que comienzan a hacer viables y visibles en el contexto marítimo y esto es un avance importante con la vista puesta en un estado moderno y seguro y con capacidad de respuesta ante desastres.
He retornado a Miraflores, en Arequipa, al antiguo cuartel construido por el general Oscar R. Benavides en 1938. Yo le digo “el Castillo”, porque de verdad, da esa apariencia. Desde aquí se puede ver el Misti con su cumbre salpicada de nieves y se atisba la pronta sensación del desierto que se extiende más al sur. Allí donde viven esos hombres mezclados con la arena, o en el que los hombres son de arena, resistentes al óxido de todo siglo
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