Somos una Asociación
Benéfica sin fines de lucro, conformada por las esposas de los Oficiales de
nuestro glorioso Ejército del Perú, lo cual nos llena de orgullo y motiva a
seguir con nuestra labor de contribuir a mejorar la calidad de vida de la
familia militar; extensiva a la sociedad, ofreciendo un abanico de servicios
asistenciales concibiendo la responsabilidad social como un compromiso que es
parte de nuestra institución
Nos acercamos al
final del año y, como es habitual, el día 09 de noviembre, en la Capilla del
Hospital Militar Central, el Monseñor Juan Carlos Vera Plascencia Obispo
Castrense del Perú, impartió el Sacramento de la Confirmación a 120 soldados
que prestan su servicio militar en la Cía Policía Militar del HMC, el personal
de SANAF, la Cía. Intendencia y soldados internados, después de haberse
preparado durante un mes. Esta preparación fue necesaria a fin de que acojan el
don del Espíritu Santo que hace posible que la gracia de los Sacramentos
alcance su plenitud en ellos y, de esa manera, se acreciente su participación
en la naturaleza divina, queden más íntimamente unidos a la Iglesia y
enriquecidos con una fuerza especial para ser testigos de Cristo a través de
sus palabras y sus obras. A través de la celebración litúrgica, Dios envía su
Espíritu Santo sobre ellos, al igual que lo hizo sobre los apóstoles y la
Iglesia naciente el día de Pentecostés. El día de los Sacramentos, entonces, es
muy importante para quienes la reciben, así como para su familia, la comunidad
eclesial a la que pertenecen y la Iglesia toda.
Las integrantes del
Área Religiosa del Comité Femenino de Apoyo a la Familia Militar, después de
haber impartido charlas a los soldados en los diferentes cuarteles participaron
de ese acto religioso, así mismo algunas integrantes del Comité fueron madrinas
de los confirmados.
Este acto sagrado
contó con la presencia de la señora Jessica Rocha de Céliz, Presidenta del
Comité Femenino de Apoyo a la Familia Militar (COFA-FAM) y familiares de los
jóvenes confirmantes
Los sacramentos son ciertas acciones exteriores instituidas
por Jesucristo que nos dan o nos aumentan la gracia santificante.
La palabra sacramento es una palabra del idioma griego en el
que fue escrito el Nuevo Testamento y significa: Un plan secreto para conseguir
un gran bien. Los sacramentos son planes secretos de Dios, que muchas veces no
entendemos, con los cuales Él nos quiere conceder enormes favores.
¿Que condiciones se necesita para que algo sea sacramento?
Se necesitan tres condiciones:
1. Que haya sido instituido por Jesucristo
2. Que sea algo sensible
3. Que conceda al alma alguna gracia o favor especial de
Dios
La gracia santificante se recibe en el Bautismo y aumenta
principalmente por la recepción de los Sacramentos. Confiere la dignidad más
alta a la que el hombre puede aspirar porque Dios le hace partícipe de su misma
Vida Divina y de todos sus bienes.
Sus principales efectos son:
1. Borrar el pecado
2. Producir en el alma la Vida Sobrenatural
3. Comunicar a nuestros actos méritos sobrenaturales
Los 7 Sacramentos instituidos por Cristo son:
1. Bautismo
2. Confirmación
3. Penitencia o Confesión
4. Sagrada Eucaristía
5. Unción de Enfermos
6. Orden Sacerdotal
7. Matrimonio
1. El Sacramento del BAUTISMO
1. Borra el pecado original, nos da la fe y la vida divina,
y nos hace hijos de Dios. La Santísima Trinidad toma posesión del alma y
comienza a santificarnos.
2. Es necesario para la salvación.
3. Es el primero de los sacramentos porque es la puerta que
abre el acceso a los demás sacramentos, y sin él no se puede recibir ningún
otro
Efectos del Bautismo
1. Perdona el pecado original, y cualquier otro pecado, con
las penas debidas por ellas.
2. Se nos dan las tres divinas personas junto con la gracia
santificante.
3. Infunde la gracia santificante, las virtudes
sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo.
4. Imprime en el alma el carácter sacramental que nos hace
cristianos para siempre.
5. Nos incorpora a la Iglesia.
Puede bautizar:
1. El obispo
2. El sacerdote
3. El diácono
4. En caso de necesidad puede hacerlo cualquier persona que
tenga intención de hacer lo que hace la Iglesia.
¿Cómo se bautiza?
Se bautiza derramando agua sobre la cabeza y diciendo: “Yo
te Bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Signo externo del Bautismo es el agua natural.
El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad
rica que comprende:
1. El perdón del pecado original y de todos los pecados
personales;
2. El nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es
hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo.
3. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es
incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de
Cristo.
4. El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual
indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto de la religión
cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo no puede ser reiterado.
Los padrinos del Bautismo
Son las personas designadas por los padres de niño o por el
bautizado, si es adulto, para hacer en su nombre la profesión de fe. Estos
procuran que después el bautizado lleve una vida cristiana y cumpla fielmente
las obligaciones del bautismo.
2. El Sacramento de la CONFIRMACIÓN
1. Es el sacramento que perfecciona la gracia bautismal, nos
da la fortaleza de Dios para ser firmes en la fe y en el amor a Dios y al
prójimo y nos hace soldados y apóstoles de Cristo.
2. Nos comprometemos como auténticos testigos de Cristo, a
extender y defender la fe con nuestras palabras y obras.
Los signos y el rito de la Confirmación:
1. En el rito de este sacramento el signo de la unción
designa e imprime: El sello espiritual.
2. La Confirmación imprime en el alma una marca espiritual
indeleble, el “carácter” (cf DS 1609), que es el signo de que Jesucristo ha
marcado al cristiano con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de
lo alto para que sea su testigo (cf Lc 24, 48-49).
¿Cuándo se debe recibir la confirmación?
Se debe recibir la confirmación cuando se ha llegado al uso
de razón, o antes, si hay peligro de muerte.
Los efectos de la Confirmación
De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es
la efusión especial del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los
Apóstoles el día de Pentecostés.
Por este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y
profundidad a la gracia bautismal:
1. Nos introduce más profundamente en la filiación divina
que nos hace decir “Abbá, Padre” (Rm 8, 15).
2. Nos une más firmemente a Cristo.
3. Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo.
4. Hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG
11).
5. Nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para
difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos
testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no
sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG 11, 12).
¿Cómo se debe recibir la confirmación?
1. Se debe recibir la confirmación en estado de gracia y con
la preparación conveniente.
2. La preparación para la Confirmación debe tener como meta
conducir al cristiano a una unión más íntima con Cristo, a una familiaridad más
viva con el Espíritu Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder
asumir mejor las responsabilidades apostólicas de la vida cristiana.
¿Quién puede confirmar?
1. Puede confirmar el obispo, y en algunos casos especiales
los sacerdotes delegados por el obispo.
2. Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier
presbítero puede darle la Confirmación (cf CIC can. 883, 3). En efecto, la
Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en la más tierna edad, salga
de este mundo sin haber sido perfeccionado por el Espíritu Santo con el don de
la plenitud de Cristo.
¿Quién puede recibir este sacramento?
1. Todo bautizado, aún no confirmado, puede y debe recibir
el sacramento de la Confirmación (cf CIC can. 889).
2. Puesto que Bautismo, Confirmación y Eucaristía forman una
unidad, de ahí se sigue que “los fieles tienen la obligación de recibir este
sacramento en tiempo oportuno” (CIC, can. 890), porque sin la Confirmación y la
Eucaristía el sacramento del Bautismo es ciertamente válido y eficaz, pero la
iniciación cristiana queda incompleta.
3. El Sacramento de la PENITENCIA O CONFESIÓN, que abarca
:
3.1. El perdón de los pecados
Es un encuentro del bautizado pecador arrepentido que acude
al Señor misericordioso para obtener de Él, el beneficio inmenso del perdón de
sus pecados.
Con este medio divino:
Podemos, siempre, regresar a la casa del Padre y a su amor.
Combatimos y derrotamos al pecado y a su reino.
Nos purificamos cada vez más de nuestras culpas para ser
Iglesia sin mancha, inmaculada y santa.
3.2. La conversión
Lo primero que tiene que hacer el cristiano es convertirse a
Dios de todo corazón renunciando al pecado y a su imperio tenebroso y triste.
Si faltara el propósito de arrepentimiento y el propósito de
convertirnos, nuestra reconciliación es rutinaria, superficial, hipócrita,
semejante a los encuentros con Cristo de los escribas y fariseos.
3.3. La penitencia
Sin penitencia, no podemos pensar en una conversión eficaz y
auténtica ya que si nos declaramos verdaderos seguidores de Cristo,
necesariamente hemos de actuar en contra del pecado.
Haciendo penitencia padecemos con Cristo para expiar
nuestros pecados y los pecados de los demás. Padecemos con Cristo para
purificar el pecado y sus consecuencias en nuestra vida y la comunidad
eclesial, y así edificar el reino de Dios entre los hombres.
Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio en contra del
pecado, sin descanso, hasta la victoria plena y definitiva. También nuestra
vida cristiana ha de estar llena, colmada de obras de penitencia, conversión
que nos lleva a liberarnos y purificarnos del pecado.
Las formas fundamentales de penitencia señaladas por la
Iglesia son:
– La oración,
– El ayuno,
– Obras de caridad,
– Fiel cumplimiento de las obligaciones cristianas según
nuestro estado
– Aceptación de los dolores y dificultades de la vida,
– Formación y cultura religiosa. La instrucción religiosa es
necesaria y provechosa.
3.4. La Confesión
Requiere disposición de convertirnos y hacer penitencia.
Es un acto religioso sincero y humilde confesar nuestros
pecados reconociendo nuestra condición de pecadores y proclamando la justicia
redentora de Dios.
Debemos manifestar en la confesión todos y cada uno de los
pecados graves luego de examinar nuestra conciencia.
La confesión debe ser íntegra, clara, serena sin
condicionarnos a falsa vergüenza o a escrúpulos inútiles.
Existe la obligación de confesarse por lo menos una vez al
año, o si se está en peligro de muerte y para acercarse a la comunión cuando
tenemos conciencia de haber cometido pecado grave desde la última confesión
sacramental bien hecha.
Cuando conscientemente callamos un pecado grave, celebramos
indignamente el sacramento de la reconciliación. Buscamos engañar a Dios que
todo lo ve y todo lo sabe. Quien se confiesa así deberá confesar nuevamente
todos sus pecados graves cometidos desde la última confesión bien hecha.
Un buen examen de conciencia es necesario para poder
confesarnos.
3.5. El regreso a Dios
Con el pecado nos alejamos de Dios, huimos de Él para ir,
lejos, a la búsqueda de una falsa libertad y de unas satisfacciones efímeras.
Regresar a Dios es regresar al Padre, a Jesucristo y al
Espíritu Santo: Las tres divinas personas. Dios vuelve a entregarse a nosotros
y nos pide únicamente que no volvamos a huir de El por el pecado.
3.6. El regreso a la comunidad eclesial
Pecando nos volvemos hijos infieles de la Iglesia,
traicionamos a la comunidad eclesial, rompemos su solidaridad, despreciamos su
vida que es la gracia, rechazamos su amor que es la divina caridad de Cristo,
desechamos su fe y su esperanza.
Con el perdón y la paz con nuestros hermanos, nos
incorporamos nuevamente a la comunidad eclesial:
A su vida de gracia.
A su participación a la Eucaristía.
A su actividad litúrgica.
A su caridad operante.
A su lucha en contra del mal.
A su continua renovación.
A su espera del Señor.
A su premio eterno.
Los 5 pasos para vivir bien el Sacramento de la
Reconciliación, Penitencia o Confesión son:
1. Examen de conciencia previo, evaluando con profundidad si
hemos vivido o no las exigencias de cada uno de los 10 mandamientos.
2. Dolor de corazón, es decir rechazar con todo nuestro ser
los pecados que cometimos. No es indispensable que se experimenten sentimientos
de dolor, basta con el rechazo sincero de nuestros pecados desde el punto de
vista racional.
3. Propósito de enmienda o de cambio de conducta. Como
consecuencia del punto 2, hemos de evitar las ocasiones de pecar y querer
rectificar en lo que sea necesario en nuestra vida. Claro está que el deseo de
cambio no nos cambia mágicamente, y además hemos de ser conscientes que somos
pecadores.
4. Confesión de los pecados.
5. Cumplir la penitencia impuesta por el Sacerdote.
4. El Sacramento de la SAGRADA EUCARISTÍA
1. Es el Sacramento que contiene verdaderamente el Cuerpo y
la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, con su Alma y Divinidad, bajo las apariencias
de pan y vino.
2. La palabra Eucaristía significa: Sacrificio para dar
gracias.
3. Es el más sublime de los sacramentos de donde manan y el
que convergen todos los demás, centro de la vida litúrgica, expresión y
alimento de la comunión cristiana.
4. Jesucristo instituyó la Sagrada Eucaristía en la Última
Cena cuando convirtió el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre y dio a los
apóstoles el poder de hacer lo mismo.
5. Los que tienen el poder de convertir el pan y el vino en
el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo son los obispos y los sacerdotes, porque
ellos reemplazan a los que Jesús dijo: “Haced esto en conmemoración mía” y lo
hacen cuando celebran la Santa Misa, en el momento de la Consagración, al
repetir las palabras de Jesús en la Última Cena.
6. En la Sagrada Comunión recibimos a Jesucristo Dios y
hombre que está verdaderamente en la Hostia Consagrada. Dijo Jesús: “El pan que
Yo daré es mi propio Cuerpo. El que come mi cuerpo tendrá vida eterna” (S. Juan
6).
7. Jesucristo instituyó la Sagrada Comunión para quedarse
más cerca de nosotros, para aumentarnos su gracia, sus favores y su amistad y
para ser Él mismo, el alimento de nuestra alma.
8. La Sagrada Comunión aumenta en nosotros el amor a Dios y
al prójimo; nos perdona los pecados veniales y nos preserva de los mortales y
es una señal segura de que resucitaremos para la Vida Eterna.
9. Para poder comulgar dignamente debemos estar en gracia de
Dios, o sea sin pecado mortal en el alma. No haber comido desde una hora antes
y acercarnos comulgar con respeto y devoción.
10. Los que están en pecado mortal deben confesarse para comulgar
dignamente, pues no les basta en este caso hacer solamente un acto de
contrición.
11. La presencia real de Cristo en la Eucaristía es uno de
los principales dogmas de nuestra fe cristiana. Éste nos asegura que allí está,
que el mismo Jesús, que nació de la Virgen María, que vivió oculto por 30 años
que predicó y se preocupó de todos los hombres durante su vida pública, que
murió en la Cruz y después de resucitar y ascender a los cielos está ahora a la
diestra del Padre.
12. La transubstanciación se produce en el momento mismo en
que el sacerdote pronuncia las palabras de Jesucristo. En ese momento se da el
cambio dela substancia toda del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la
substancia del vino en la sangre de Cristo.
5. El Sacramento de la UNCIÓN DE ENFERMOS
1. Es el sacramento que “tiene por fin conferir una gracia
especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de
enfermedad y vejez” (Catecismo, n. 1527).
2. Esta unción santa de los enfermos fue instituida por
Cristo nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y
propiamente dicho, insinuado por Marcos (cfr. Mc. 6, 13), y recomendado a los
fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor (Catecismo, n.
1511).
3. La unción de los enfermos, “con la que la Iglesia
encomienda a los fieles gravemente enfermos al Señor doliente y glorificado,
para que los alivie y salve, se administra ungiéndolos con óleo, y diciendo las
palabras prescritas en los libros litúrgicos” (CIC, c. 998).
5.1. La Materia
La materia remota es el aceite de oliva bendecido por el
obispo en la Misa Crismal del Jueves Santo (cfr. CIC, c. 1000).
En caso necesario, es materia apta cualquier otro aceite
vegetal, sobre todo porque en algunas regiones falta o es difícil de conseguir
el aceite de oliva.
Aunque el obispo es quien habitualmente bendice el óleo que
se emplea en la unción, pueden también hacerlo los que jurídicamente se
equiparan a él, o en caso de necesidad cualquier presbítero, pero dentro de la
celebración del Sacramento (cfr. CIC, c. 999 & 1).
La materia próxima es la unción con el óleo santo.
Están previstas por las normas litúrgicas unciones en la
frente y en las manos, y por tanto, estas unciones son las exigidas para la
licitud.
En caso de necesidad, para la validez basta una sola unción
en la frente o en otra parte del cuerpo.
El Catecismo Romano señala razones de conveniencia sobre el
uso del aceite en este sacramento:
“así como el aceite sirve mucho para aplacar los dolores del
cuerpo, así también la virtud de este sacramento disminuye la tristeza y el
dolor del alma. El aceite además restituye la salud, causa dulce sensación y
sirve como de alimento a la luz; y, por otra parte, es muy a propósito para
reparar las fuerzas del cuerpo fatigado. Todo lo cual da a entender los efectos
que se producen en el enfermo por virtud divina cuando se administra este
sacramento” (p. 2, cap. 6, n. 5).
5.2. La Forma
La forma del sacramento son las siguientes palabras,
prescritas por el ritual y pronunciadas por el sacerdote: “Por esta santa
unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del
Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te
conforte en tu enfermedad” (cfr. Catecismo, n. 1513).
Estas palabras determinan el sentido de lo que se hace para
que, junto con la unción, se expresa el significado del rito, se realice el
signo sacramental y se produzca la gracia.
5.3. Efectos del Sacramento
Enseña Santo Tomás de Aquino que la unción de los enfermos
es “como una inmediata preparación para la entrada en la gloria” (S. Th., III,
q. 65, a. 1, ad. 4).
El enfermo, abandonado a sus solas fuerzas, estaría tentado
a desesperar; pero, en ese momento supremo, viene Cristo, Él mismo, a
reconfortar a sus fieles con su omnipotencia redentora y con la proximidad de
su presencia. Él ha instituido, para la hora de los últimos combates, un
sacramento especial para acabar en nosotros su obra de purificación, para
sostener a los ‘suyos’ hasta el fin, para arrancarlos de la influencia
invisible del demonio e introducirlos sin tardanza en la casa del Padre. La
unción es el sacramento de la partida. Allí está el sacerdote, in persona
Christi, a la cabecera del enfermo para perdonarle sus faltas y conducir su
alma al paraíso.
6. El Sacramento del ORDEN SACERDOTAL
1. El Orden Sacerdotal es un sacramento que, por la
imposición de las manos del Obispo, y sus palabras, hace sacerdotes a los
hombres bautizados, y les da poder para perdonar los pecados y convertir el pan
y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
2. El sacramento del orden lo reciben aquellos que se
sienten llamados por Dios a ser sacerdotes para dedicarse a la salvación eterna
de sus hermanos los hombres. Esta ocupación es la más grande de la Tierra, pues
los frutos de sus trabajos no acaban en este mundo, sino que son eternos.
3. La vocación al sacerdocio lleva consigo el celibato,
recomendado por el Señor. La obligación del celibato no es por exigencia de la
naturaleza del sacerdocio, sino por ley eclesiástica. La Iglesia quiere que los
candidatos al sacerdocio abracen libremente el celibato por amor de Dios y
servicio de los hombres. La Iglesia quiere a sus sacerdotes célibes para que
puedan dedicarse completamente al bien de las almas, sin las limitaciones, en
tiempo y preocupaciones, que supone sacar adelante una familia.
El Sacerdocio Cristiano
En el Nuevo Testamento, según la enseñanza católica, los
obispos y sacerdotes son los únicos autorizados para ejercer el sacerdocio; los
primeros lo ejercen a plenitud (summus sacerdos s. primi ordinis), mientras que
los presbíteros son simples sacerdotes (simplex sacerdos s. secundi ordinis).
El diácono, por otra parte, es un simple asistente del sacerdote, sin ninguna
facultad sacerdotal.
El Carácter Sacramental del Presbiterado
El Concilio de Trento decretó (Sess. XXIII, can. iii, en
Denzinger, n. 963): “Si alguno dijere que el orden o la sagrada ordenación no
es real y verdaderamente un sacramento instituido por Cristo Nuestro Señor… sea
anatema”. Aunque el sínodo definió únicamente la existencia del Sacramento del
Orden Sagrado, sin decidir si todos los demás órdenes, o sólo algunos,
corresponden a esta definición, se admite que la ordenación sacerdotal posee,
aún con mayor certeza que las ordenaciones episcopal y diaconal, la dignidad de
un sacramento (cf. Benedicto XIV, “De syn. dioces.”, VIII, ix, 2). Los tres
aspectos esenciales de un sacramento: Los signos externos, la gracia interior y
el haber sido instituida por Cristo, son todas condiciones presentes en la
ordenación sacerdotal.
Las Facultades Oficiales del Sacerdote
Las facultades oficiales del sacerdote están estrechamente
relacionadas con el carácter sacramental, impreso indeleblemente en su alma.
Junto con este carácter se confiere no sólo la facultad de celebrar al
Sacrificio de la Misa y la facultad (virtual) de perdonar los pecados, sino
también la autoridad para administrar la unción de los enfermos y, como
ministro regular, el solemne bautismo. Sólo por virtud de una facultad
extraordinaria, recibida del Papa, puede un sacerdote administrar el Sacramento
de la Confirmación. Si bien el conferir los tres órdenes sacramentales del
episcopado, el presbiterado y el diaconado corresponden exclusivamente al
obispo, el Papa puede delegar a un sacerdote la administración de los cuatro
órdenes menores, e inclusive del subdiaconado. Pertenece también a las
funciones sacerdotales la facultad de administrar las bendiciones eclesiásticas
y sacramentales, en general, en la medida en que no estén reservadas al Papa o
a los obispos. Al predicar la Palabra de Dios, el sacerdote participa en la
función docente de la Iglesia, aunque siempre como subordinado del obispo y
únicamente dentro del ámbito del deber que le haya sido asignado por éste como
pastor, cura, etc. Por último, el sacerdote puede participar en la tarea
pastoral, en la medida en que el obispo se la encomiende, con una función
eclesiástica definida que abarca una jurisdicción más o menos extensa,
indispensable sobre todo, para la absolución válida de los pecados de los
penitentes. Algunos privilegios honorarios externos como por ejemplo, aquellos
conferidos a los sacerdotes cardenales, prelados, conciliares eclesiásticos,
etc., no incrementan la dignidad intrínseca del sacerdocio.
El “Sacramento del Orden”
Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la
gracia. En ellos Cristo está presente para santificarnos por medio de la
Iglesia.
El sacerdocio es una vocación que choca con la mentalidad
del mundo porque requiere renunciar a sí mismo por el Reino.
¿Porqué “sacerdotes”?
Definición: El “Sacerdote” es un mediador autorizado para
ofrecer sacrificios a Dios en reconocimiento de Su dominio supremo y en
expiación por los pecados.
Muchas religiones paganas tienen sacerdotes que ofrecen
sacrificios según sus conceptos de la divinidad. Pero Dios se reveló a Israel
como el Único Dios verdadero y prohibió la idolatría en el Primer Mandamiento.
Los sacerdotes de Israel debían ofrecer sacrificio sólo a Dios.
A diferencia del profeta que comunica el mensaje de Dios a
los hombres, el sacerdote es mediador de los hombres ante Dios.
Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y
está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer
dones y sacrificios por los pecados (Hebreos 5, 1).
Sobre el Sacerdote y Su Misión:
Su Santidad, Juan Pablo II
El sacerdote debe presentarse, ante todo, como un «hombre de
fe» porque él, en virtud de su misión, debe comunicarla a través del anuncio de
la Palabra. No podrá predicar el Evangelio de forma convincente si él mismo no
ha asimilado profundamente su mensaje. Él da testimonio de la fe con su forma
de actuar y con toda su vida. Hombre de fe, el sacerdote es también «hombre de
lo sagrado», testigo del Invisible, portavoz de Dios revelado en Jesucristo.
El sacerdote debe ser reconocido como un hombre de Dios, un
hombre de oración, al que se ve rezar, al que se oye rezar. El sacerdote, por
tanto, debe alimentar en sí mismo una vida espiritual de calidad, inspirada en
el don del propio sacerdocio ministerial. Su oración, su forma de compartir,
sus esfuerzos en la vida, están inspirados por su actividad apostólica que se
alimenta de toda una vida vivida con Dios. Hombre de fe, hombre de lo sagrado,
el sacerdote es también un «hombre de comunión».
Es él quien reúne al Pueblo de Dios y refuerza la unión que
hay entre sus miembros por medio de la Eucaristía; él es el animador de la
caridad fraterna entre todos. Actúa con sus hermanos en el sacerdocio. Colabora
con su propio obispo. Se esfuerza en acrecentar los lazos de unión entre los
miembros del presbiterio.
Sobre esta base de relaciones tan ricas y tan profundas, el
celibato adquiere un significado nuevo: No es ya una condición del sacerdocio,
sino el camino de una verdadera fecundidad, de una auténtica paternidad
espiritual, porque el sacerdote entrega su vida para que los frutos del
Espíritu maduren en el Pueblo de Dios. «Ven y sígueme», sé mi testigo, da todo
tu amor a Dios y a tus hermanos, y estarás al servicio del Pueblo de Dios.
Un pueblo sacerdotal, profético y real (Catecismo Romano)
783 Jesucristo es aquél a quien el Padre ha ungido con el
Espíritu Santo y lo ha constituido “Sacerdote, Profeta y Rey”. Todo el Pueblo
de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las
responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas (cf. RH
18-21).
784 Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo
se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal:
“Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo
pueblo `un reino de sacerdotes para Dios, su Padre’. Los bautizados, en efecto,
por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados
como casa espiritual y sacerdocio santo” (LG 10)
785 “El pueblo santo de Dios participa también del carácter
profético de Cristo”. Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que
es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando “se adhiere
indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre” (LG
12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este
mundo.
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función
regia de Cristo”. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres
por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del
universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo “venido a ser servido, sino
a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). Para el cristiano,
“servir es reinar” (LG 36), particularmente “en los pobres y en los que sufren”
donde descubre “la imagen de su Fundador pobre y sufriente” (LG 8). El pueblo
de Dios realiza su “dignidad regia” viviendo conforme a esta vocación de servir
con Cristo.
De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo de
la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como sacerdotes,
a fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio, todos
los cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan miembros de
esta raza de reyes y participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto,
más regio para un alma que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué hay
más sacerdotal que consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer en el altar
de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad? (San León Magno, serm. 4,
1).
Los obispos sucesores de los apóstoles
861 “Para que continuase después de su muerte la misión a
ellos confiada, encargaron mediante una especie de testamento a sus
colaboradores más inmediatos que terminarán y consolidarán la obra que ellos
empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el
Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios.
Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que,
después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio”
(LG 20; cf San Clemente Romano, Cor. 42; 44).
862 “Así como permanece el ministerio confiado personalmente
por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, de
la misma manera permanece el ministerio de los apóstoles de apacentar la
Iglesia, que debe ser elegido para siempre por el orden sagrado de los
obispos”. Por eso, la Iglesia enseña que “por institución divina los obispos
han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha,
escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que
lo envió” (LG 20).
¿Por qué el celibato?
La Iglesia siempre ha tenido el celibato en muy alta estima
ya que Jesucristo fue célibe. El es modelo de la perfección humana. Hay quienes
objetan pensando que nosotros no podemos imitarlo. Se equivocan. La verdad es
que Jesucristo, siendo Dios, asumió verdaderamente la naturaleza humana siendo
igual que nosotros en todo menos en el pecado. Él nos da la gracia para vivir,
siendo hombres, su amor sobrenatural. Jesús dice “Quien pueda entender que
entienda”.
Jesucristo claramente recomendó el celibato como entrega
radical de amor por el Reino de los Cielos:
Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay
eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien
pueda entender, que entienda -Mateo 19, 12.
Del libro de San Alfonso María de Ligorio:
La Dignidad y Santidad Sacerdotal
Capítulo III
De la Santidad que ha de tener el Sacerdote
I. Cuál debe ser la santidad del sacerdote por razón de su
dignidad.
Grande es la dignidad de los sacerdotes, pero no menor la
obligación que sobre ellos pesan. Los sacerdotes suben a gran altura, pero se
impone que a ella vayan y estén sostenidos por extraordinaria virtud; de otro
modo, en lugar de recompensa se les reservará gran castigo, como opina San
Lorenzo Justiniano (…). San Pedro Crisólogo dice a su vez que el sacerdocio es
un honor y es también una carga que lleva consigo gran cuenta y responsabilidad
por las obras que conviene a su dignidad (…).
II. Castigos del pecado del sacerdote
Consideremos ahora el castigo reservado al sacerdote
pecador, castigo que ha de ser proporcionado a la gravedad de su pecado.
Mandará lo azoten en su presencia con golpes de número proporcionado a su
culpabilidad [Deut 25, 2], dice el Señor en el Deuteronomio. San Juan
Crisóstomo tiene ya por condenado al sacerdote que durante el sacerdocio comete
un solo pecado mortal: “Si pecas siendo hombre particular, tu castigo será
menor, pero si pecas siendo sacerdote estás perdido”. Y a la verdad que son por
boca de Jeremías contra los sacerdotes pecadores: Porque incluso el profeta y
el sacerdote se han hecho impíos; hasta en mi propia casa he descubierto su
maldad, declara Yahveh. Por esto su camino será para ellos resbaladero en
tinieblas: Serán empujados y caerán en él [Jer. 23, 11-12]. ¿Qué esperanza de
vida daríais, sobre un terreno resbaladizo, sin luz para ver donde pone el pie
mientras, de vez en cuando, le dieran fuertes empujones para hacerlo despeñar?
Tal es el desgraciado estado en que se halla el sacerdote que comete un pecado
mortal. Resbaladero en tinieblas: El sacerdote, al pecar pierde la luz y queda
ciego: Mejor les fuera, dice San Pedro, no haber conocido el camino de la
justicia que, después de haberlo conocido, volverse atrás de la ley santa a
ellos enseñada [2 Petr. 2, 21]. Más le valdría al sacerdote que peca ser un
sencillo aldeano ignorante que no entendiese de letras. Porque después de
tantos sermones oídos y de tantos directores, y de tantas luces recibidas de
Dios, el desgraciado, al pecar y hollar bajo sus plantas todas las gracias de
Dios recibidas, merece que la luz que le ilustró no sirva más que para cegarlo
y perderlo en la propia ruina. Dice San Juan Crisóstomo que “a mayor
conocimiento corresponde mayor castigo, añade que por eso el sacerdote las
mismas faltas que sus ovejas no recibirá el mismo castigo, sino mucho más duro”
(…).
Lo que No se publica
Lo que los medios de comunicación callan…
Asistimos – entre desconcertados e impávidos – a una de las
campañas más fuertes contra la Iglesia de los últimos años. Los medios de
comunicación – que normalmente promueven “valores” anticristianos – han
centrado su atención en un puñado de sacerdotes que (no a todos se les ha
comprobado) han cometido faltas sumamente graves. De esa manera se pretende
desacreditar a la Iglesia para restarle la enorme autoridad moral que ésta
tiene. Pero ¿cuál es la verdad que los medios callan?
En el año 2000 murieron, por el hecho de ser cristianos, de
manera violenta al menos:
18 sacerdotes (4 diocesanos, 10 religiosos, 1 Fidei donum, 3
desconocidos)
1 religioso 7 religiosas (de 6 congregaciones) 3
seminaristas
1 miembro de Instituto laical
1 enfermera voluntaria laica.
En el año 2001 murieron, por el hecho de ser cristianos, de
manera violenta al menos:
25 sacerdotes 3 religiosas 1 seminarista 1 laica consagrada
1 voluntario laico
En el año 2002 murieron, por el hecho de ser cristianos, de
manera violenta al menos:
Murieron asesinados al menos 25 sacerdotes, religiosos y
misioneros laicos.
Un Arzobispo (Monseñor Duarte) ha sido asesinado por
oponerse a la violencia y narcotráfico en su país (Colombia).
Otros sacerdotes han sido amenazados de muerte por la misma
razón.
Mas de 40 Franciscanos se han negado a dejar la Basílica de
la Natividad, en Belén, pues ello implicaría la profanación de ese santuario
del cristianismo y la muerte de más de 200 palestinos atrincherados en esa
iglesia – convento.
En Belén mismo, 13 sacerdotes salesianos distribuyen
gratuitamente pan a la hambrienta población Palestina (la mayoría musulmanes).
En el año 2003 murieron, por el hecho de ser cristianos, de
manera violenta al menos:
Al menos 29 sacerdotes, religiosos y laicos misioneros
asesinados. La mayoría murieron en África, en áreas de guerra civil. En segundo
lugar, el continente americano. En Colombia mataron en 2003 a 5 sacerdotes y
una mujer laica.
Referencias Bíblicas:
■ La
imposición de las manos en la ordenación (Hechos 13, 2-2).
■ Los
primeros diáconos ordenados por los Apóstoles (Hechos 6, 1-6.)
■ San
Pablo manda a ordenar presbíteros. S.
Pablo dice a Tito: “El motivo de haberte dejado en
Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras
presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené” (Tt 1, 5).
■ El
episcopado “si alguno aspira al cargo de
obispo, desea una noble función” (1 Tm 3, 1)
■
Timoteo es pastor por imposición de las
manos. 2 Tm 1, 6: San Pablo dice a su discípulo
Timoteo: “Te recomiendo que reavives el carisma de
Dios que está en ti por la imposición de mis manos”
¿Mujeres Sacerdotes?
El tema de mujeres “sacerdotisas” se ha convertido en
plataforma para los que pretenden crear una iglesia nueva, según criterios
humanos. El Papa Juan Pablo II en su definitivo documento Ordinatio
Sacerdotalis zanja la cuestión:
“Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión
de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en
virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22, 32),
declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la
ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado
como definitivo por todos los fieles de la Iglesia” (O.S. #4).
No es entonces que la Iglesia haya impuesto una ley, sino al
contrario. La Iglesia se declara sin autoridad para actuar por encima de lo
establecido por Cristo.
Un año después, el 25 de octubre, la Congregación para la
Doctrina de la Fe en su respuesta a una consulta del episcopado estadounidense,
señalaba que esta enseñanza ha sido considerada “infalible por el Magisterio
ordinario y universal de la Iglesia”. “Infalible”, quiere decir que la Iglesia
la presenta como verdad segura sin error.
El Papa ampliamente explica la verdadera dignidad de la
mujer y su magnífico lugar en la Iglesia en su Carta a las Mujeres.
“Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo
hizo de un modo totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad
con que en todo su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación
de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a la tradición avalada por la
legislación de su tiempo” (Mulieris dignitatem).
7. Sacramento del MATRIMONIO
El matrimonio, camino de santidad
Por Pbro. Dr. Francisco Fernández Carvajal
La indisolubilidad del matrimonio, la fidelidad y el amor a
los hijos, son cosas queridas por Dios, para que el hombre y la mujer unidos
por el sacramento, alcancen la santidad.
I. Se encontraba Jesús en Judea, en la otra orilla del
Jordán, rodeado de una gran multitud, que escuchaba atentamente sus enseñanzas.
Entonces -leemos en el Evangelio de la Misa – se acercaron unos fariseos y para
tentarle, para enfrentarlo con la Ley de Moisés, le preguntaron si es lícito al
marido repudiar a su mujer. Moisés había permitido el divorcio condescendiendo
con la dureza del antiguo pueblo. La condición de la mujer era entonces
ignominiosa y prácticamente podía ser dejada a un lado por cualquier causa,
siguiendo ligada al marido. Moisés estableció que el marido diera a la mujer
despedida una carta de repudio, testificando que la despedía; así quedaba libre
para casarse con quien quisiera. Los Profetas ya censuraron el divorcio a la
vuelta del exilio.
Jesús declara en esta ocasión la indisolubilidad original
del matrimonio, según lo instituyera Dios en el principio de la creación. Para
ello, cita expresamente las palabras del Génesis que se leen en la Primera
lectura. Pero en el principio de la creación los hizo Dios varón y hembra; por
esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán
los dos una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.
De este modo, el Señor declara la unidad y la indisolubilidad del matrimonio
tal y como había sido establecido en el principio. Resultó tan novedosa esta
doctrina para los mismos discípulos que, una vez en casa, volvieron a
preguntarle. Y el Maestro confirmó más expresamente lo que ya había enseñado. Y
les dijo: Cualquiera que repudie a su mujer y se una con otra, comete adulterio
contra aquélla; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete
adulterio. Difícilmente se puede hablar con más nitidez. Sus palabras están
llenas de una claridad deslumbradora. ¿Cómo es posible que un cristiano pueda
cuestionar estas propiedades naturales del matrimonio y siga proclamando que
imita y acompaña a Cristo?
Siguiendo al Maestro, la Iglesia reafirma con seguridad y
firmeza «la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio; a cuantos, en
nuestros días, consideran difícil o incluso imposible vincularse a una persona
por toda la vida y a cuantos son arrastrados por una cultura que rechaza la
indisolubilidad matrimonial y que se mofa abiertamente del compromiso de los
esposos a la fidelidad, es necesario repetir el buen anuncio de la perennidad
del amor conyugal que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza (Ef 5, 25).
»Enraizada en la donación personal y total de los cónyuges y
exigida por el bien de los hijos, la indisolubilidad del matrimonio halla su
verdad última en el designio que Dios ha manifestado en su Revelación: Dios
quiere y da la indisolubilidad del matrimonio como fruto, signo y exigencia del
amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive
hacia su Iglesia». Ese vínculo, que sólo la muerte puede desatar, es imagen del
que existe entre Cristo y su Cuerpo Místico.
La dignidad del matrimonio y su estabilidad, por su
trascendencia en las familias, en los hijos, en la misma sociedad, es uno de
los temas que más importa defender, y ayudar a que muchos lo comprendan. La
salud moral de los pueblos -se ha repetido muchas veces- está ligada al buen
estado del matrimonio. Cuando éste se corrompe bien podemos afirmar que la
sociedad está enferma, quizá gravemente enferma. De aquí la urgencia que todos
tenemos de rezar y velar por las familias. Los mismos escándalos que,
desgraciadamente, se producen y se divulgan, pueden ser ocasión para dar buena
doctrina y ahogar el mal en abundancia de bien. «Hay dos puntos capitales en la
vida de los pueblos: las leyes sobre el matrimonio y las leyes sobre la
enseñanza; y ahí, los hijos de Dios tienen que estar firmes luchar bien y con
nobleza, por amor a todas las criaturas».
II. Al elevar Jesucristo el matrimonio a la dignidad de
sacramento, introdujo en el mundo algo completamente nuevo. La transformación
que obró en la institución meramente natural fue de tal importancia que la
convirtió -como el agua en las bodas de Caná- en algo hasta ese momento
insospechado. He aquí que hago todas las cosas nuevas, dice el Señor. Desde
entonces, desde el nacimiento del matrimonio cristiano, éste sobrepasa el orden
de las cosas naturales y se introduce en el orden de las cosas divinas. El
matrimonio natural entre no cristianos está también lleno de grandeza y de
dignidad, «pero el ideal propuesto por Cristo a los casados está infinitamente
por encima de una meta de perfección humana y respecto del matrimonio natural
se presenta como algo rigurosamente nuevo. Efectivamente: a través del
matrimonio es la misma vida divina la que se comunica a los esposos, la que los
sostiene en su obra de perfeccionamiento mutuo y la que tiene que animar, desde
el momento del Bautismo, el alma de los hijos».
Quienes se casan inician juntos una vida nueva que han de
andar en compañía de Dios. El Señor mismo los ha llamado para que vayan a Él
por este camino, pues el matrimonio «es una auténtica vocación sobrenatural.
Sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, dice San Pablo (Ef 5, 32) (… ),
signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el alma de los que se
casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un
andar divino en la tierra».
El Papa Juan Pablo I, hablando de la grandeza del matrimonio
a un grupo de recién casados, les contaba una pequeña anécdota ocurrida en
Francia. En el siglo pasado, un profesor insigne que enseñaba en la Sorbona,
Federico Ozanam, era un hombre de prestigio y un buen católico. Lacordaire, su
amigo, solía decir del profesor de la Sorbona: «¡Este hombre es tan bueno y tan
estupendo que se ordenará como sacerdote, incluso llegará a ser un buen
obispo!». Pero Ozanam contrajo matrimonio. Entonces, Lacordaire, algo molesto,
exclamó: «¡Pobre Ozanam! ¡También él ha caído en la trampa!». Estas palabras
llegaron hasta el Papa Pío IX, quien dijo con buen humor a Lacordaire cuando
éste le visitó unos años mas tarde: «Yo siempre he oído decir que Jesús
instituyó siete sacramentos: ahora viene usted, me revuelve las cartas en la
mesa, y me dice que ha instituido seis sacramentos y una trampa. No, Padre, el
matrimonio no es una trampa, ¡es un gran sacramento!». No olvidemos que lo
primero que quiso santificar el Mesías fue un hogar. Y es precisamente en las
familias alegres, generosas, que viven con sobriedad cristiana, donde nacen las
vocaciones para la entrega plena a Dios en la virginidad o el celibato, que
constituyen la corona de la Iglesia y la alegría de Dios en el mundo.
Estas vocaciones son un don que Dios otorga muchas veces a
los padres que lo piden de corazón y con constancia; brillará en sus manos con
un fulgor especial cuando un día se presenten ante Él y den cuenta de los
bienes que les fueron dados para su custodia y administración.
III. Dios preparó cuidadosamente la familia en la que iba a
nacer su Hijo: José, de la casa y familia de David, que haría el oficio de
padre en la tierra, al igual que María, su Madre virginal. Quiso el Señor
reflejar en su propia familia el modo en que habrían de nacer y crecer sus
hijos: en el seno de una familia establemente constituida y rodeados de su
protección y cariño.
Toda familia, que es «la célula vital de la sociedad» y en
cierto modo de la misma Iglesia, tiene una entidad sagrada y merece la
veneración y solicitud de sus miembros, de la sociedad civil y de la Iglesia
entera. Santo Tomás llega a comparar la misión de los padres a la de los
sacerdotes, pues mientras éstos contribuyen al crecimiento sobrenatural del
Pueblo de Dios mediante la administración de los sacramentos, la familia
cristiana provee a la vez a la vida corporal y a la espiritual, «lo que se
realiza en el sacramento del matrimonio, en el que el hombre y la mujer se unen
para engendrar la prole y educarla en el culto a Dios». Mediante la
colaboración generosa de los padres, Dios mismo «aumenta y enriquece su propia
familia» multiplicando los miembros de su Iglesia y la gloria que de Ella
recibe.
La familia tal y como Dios la ha querido es el lugar idóneo
para que, con el amor y el buen ejemplo de los padres, de los hermanos y de los
demás componentes del ámbito familiar, sea una verdadera «escuela de virtudes»
donde los hijos se formen para ser buenos ciudadanos y buenos hijos de Dios. Es
en medio de la familia que vive de cara a Dios donde cada uno encontrará su
propia vocación, a la que el Señor le llama. «Admira la bondad de nuestro Padre
Dios: ¿no te llena de gozo la certeza de que tu hogar, tu familia, tu país, que
amas con locura, son materia de santidad?».
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